José Carlos Mariátegui en su ensayo “Proceso de la literatura” expresa: “La literatura no es independiente de las demás categorías de la historia” (2007, p. 215); esta sentencia remite al carácter significativo que tiene la producción literaria como termómetro de cambios y procesos sociales. La producción literaria, además de poseer valor estético, responde, como cualquier otra manifestación cultural, a las tendencias o sistemas de
pensamientos
correspondientes a un clima social determinado. Toda obra permite
el acercamiento al espíritu de su época, tanto en el terreno de la estética
como en el universo de las ideas. La obra literaria atesora huellas de los imaginarios, de
las luchas ideológicas y de los discursos que se manifiestan a través del
tiempo, de modo que tanto la lectura espontánea como el estudio teórico de la
misma, enriquecen nuestro conocimiento acerca de la historia y de las
corrientes de pensamiento que han tenido lugar.
Los universos ficcionales que posibilita la literatura
aluden a cuestiones colectivas (aunque la enunciación se torne subjetiva), por
tanto, ofrecen señas
particulares acerca de la realidad social. Si tenemos en cuenta las
posibilidades que la literatura ofrece para
describir una época, un espacio o un grupo social,
no es incoherente pensar entonces que pueda poseer cierta validez documental en
el campo de la investigación social, menos si nos ubicamos en América Latina, donde los escritores
han ejercido su labor artística en consonancia con el rol de intelectual.
La literatura
durante la Independencia
Desde el momento mismo en que empezaron a gestarse en el siglo XIX las
ideas independentistas en América Latina, la literatura estuvo presente como soporte esencial de
dicho proceso. Grandes políticos y pensadores de la época ejercieron también
como literatos, y a través de la narrativa o la poética, difundieron un claro
ideario e insuflaron ánimo en el espíritu de sus lectores para que adhirieran al
pensamiento emancipador.
Durante el proceso de
independencia la literatura hispanoamericana adquirió un compromiso social y se
convirtió en el medio de expresión portador de ideas libertarias y difusor de
la identidad cultural.
Los ensayos, las proclamas, los
discursos y la poesía de carácter patriótico, así como las odas heroicas o los
himnos a la gesta independentista, jugaron a favor del interés de conformar una
nueva sociedad y de consolidar proyectos de nación. El siguiente fragmento de un poema de Andrés Bello ilustra con
precisión la conformación de un pensamiento (y sentimiento) latinoamericano a
través de la literatura:
ALOCUCIÓN A LA POESÍA
Fragmento de
un poema titulado “América”
Divina Poesía,
tú de la soledad
habitadora,
a consultar tus cantos
enseñada
con el silencio de la
selva umbría,
tú a quien la verde gruta
fue morada,
y el eco de los montes
compañía;
tiempo es que dejes ya la
culta Europa,
que tu nativa rustiquez
desama, y dirijas el
vuelo adonde te abre el
mundo de Colón su
grande escena. (Obra
literaria, 1979, p.20)
En una época de enormes trastornos ecológicos, de un crecimiento demográfico inusitado
y de una creciente desilusión con los resultados de los procesos de
modernización en Asia, África y América, la literatura ha contribuido a
fomentar un razonable escepticismo frente a las grandes certidumbres que
caracterizaron a la era moderna. También en las periferias mundiales se
empiezan a perfilar el cuestionamiento de las pretendidas leyes del desarrollo
histórico, la desconfianza hacia la razón instrumental y la duda frente a los
modelos y valores provenientes de las prósperas sociedades del Norte. También en el Tercer Mundo comienza
a extenderse la idea de que algunos de los más graves problemas de la
actualidad ─
desde la destrucción de los bosques tropicales hasta el hacinamiento en
las grandes ciudades ─ provienen
paradójicamente de los éxitos técnico-materiales del Hombre en su intento de
domeñar la naturaleza y de construir una civilización centrada en la industria y
la urbanización, y no
necesariamente de sus fracasos en el terreno de los ambiciosos proyectos de
"desarrollo integral". Una de las ironías de la historia contemporánea reside en el hecho de
que los considerados como realistas y pragmáticos (gobernantes, planificadores,
empresarios, políticos, dirigentes sindicales y asesores técnicos de toda laya)
no han sabido reconocer los efectos negativos y francamente nocivos de la
explotación acelerada de los recursos naturales, de la apertura de toda
región geográfica a la actividad humana y del gigantismo económico y
demográfico. Han sido los
artistas y los poetas, los pensadores considerados como marginales y
anacrónicos y los escritores que prematuramente descubrieron temáticas
controvertidas (es decir: los denunciados a menudo como idealistas), quienes
han podido percibir mejor los resultados ciertamente inesperados y
contraproducentes del racionalismo instrumentalista, el cual aún hoy conforma
en el Tercer Mundo la casi totalidad de los esfuerzos en pro de aquello que se
designa con los conceptos mágicos de progreso y adelanto.
La exitosa cultura metropolitana ha producido obviamente
resultados por demás beneficiosos para toda la humanidad, pero también ha
traído consigo la dictadura de
la mediocridad, la cursilería y el mal
gusto, la pérdida de la solidaridad entre los mortales, la desaparición de la
heterogeneidad socio-cultural y la formación de una consciencia colectiva
provinciana y frívola, recubierta con un eficaz barniz de falso cosmopolitismo. Frente a
este estado de cosas, que empieza ahora a ser visto con una desconfianza
creciente, parece indispensable el señalar ante todo el carácter ambivalente
del progreso económico-técnico, de la razón técnica y de sus consecuencias
prácticas. Lo que puede ser un factor de indudable progreso, como una gran
represa hidráulica, puede constituirse en la causa de un desarreglo ecológico
de gran escala, que a largo plazo anule los beneficios del adelantamiento
material. Los esfuerzos
gubernamentales y privados en favor de la salud pública y de la prevención de
enfermedades endémicas, que se iniciaron en la primera mitad del siglo XX, han ocasionado en el Tercer
Mundo a partir de 1950 un incremento poblacional de ritmo exponencial y
proporciones inauditas en toda la historia humana, lo que ha significado para
los países en cuestión una sobre-utilización de recursos naturales (ahora en
clara disminución), un
marcado empeoramiento de la calidad de la vida de sus ciudadanos, un
erosionamiento progresivo de sus suelos agrícolas cada vez más escasos y el
entorpecimiento de la vida cotidiana típico de enormes aglomeraciones
que no pueden desistir ni de complicados ordenamientos burocráticos ni de las
tensiones socio-psíquicas inevitables en los grandes hacinamientos. Lo que individualmente ha
sido sin duda algo positivo ─ la preservación y el mejoramiento de la vida de las
personas ─
ha
significado para los países directamente involucrados un verdadero infortunio y
la posibilidad de la autodestrucción del género humano.
Escritores
latinoamericanos, como José Enrique Rodó, Mario Vargas Llosa y especialmente
Octavio Paz, han tenido el mérito de criticar tempranamente el sin sentido de
la vida en las admiradas y vilipendiadas sociedades opulentas de Occidente.
Según Paz, los políticos
de las grandes potencias
se han caracterizado por una mezcla de miopía y cinismo, mientras que las masas se han consagrado al
"nihilismo de la abdicación", al "hedonismo vulgar" y al
"erotismo convertido en técnica, vaciado de arte y pasión". De
acuerdo a este escritor, el
mundo altamente desarrollado es también tal como lo pintan los productos de su
aburrida literatura: "túneles, cárceles de espejos, subterráneos, jaulas
suspendidas en el vacío, ir y venir sin fin y sin salida". Este es el mundo
que nos espera.
LA LITERATURA Y LA VIDA
Parecería redundante unir las palabras
literatura y vida, porque son sinónimos de una misma realidad verdadera. Dos
personas distintas y un solo ser. Pero desdichadamente no es cierto tratándose
de la literatura que constituye un reinado dentro de otro, un territorio
neutral en que los entes vivos son fantasmas retóricos, personajes de ficción
en un mundo real, heridas abiertas en un mundo de ficción y con gente pobre en
un mundo millonario.
La importancia que
tiene el abordaje de la literatura dentro de la historia de las ideas en Sudamérica.
Tomando como referencia la novela Todas las Sangres del escritor peruano
José María Arguedas, en donde la literatura posee un valor documental invaluable,
puesto que constituye una
manifestación cultural particular que permite acceder a los campos imaginarios,
ideologías o sistemas de
pensamiento que caracterizan a una sociedad en un momento histórico determinado.
La
literatura es el arte que utiliza como
instrumento la palabra, es también el conjunto de producciones creadas de una nación, de una
época o de un género, es el conocimiento y ciencias de las letras. Literatura se refiere a los escritos
imaginativos o de creación de autores que han hecho de la escritura una forma
excelente, para expresar ideas de interés general o permanente. En la
búsqueda de definir qué es literatura y qué es lo literario, surgieron
movimientos de teoría literaria para estudiar y delimitar su objeto de Estudio.
A comienzos del siglo XX, el formalismo ruso se interesa por el
fenómeno literario, e indaga qué hace que un texto sea literario. Roman
Jakobson plantea que la
literatura tiene particularidades en la forma y fondo, que la hacen diferente a
otros discursos; una que llama función poética, que hace al lenguaje llamar la
atención sobre sí mismo. En efecto, en la lengua de uso hay determinadas
expresiones que se producen sólo porque producen un placer, un placer de naturaleza estética,
en línea con lo que pensaba Aristóteles. El lenguaje combinaría
recurrencias, repeticiones y desvíos de la norma para impresionar la
imaginación y la memoria y así llamar la atención sobre su forma expresiva del
lenguaje literario; el lenguaje literario sería un lenguaje estilizado y
trascendente, destinado a la perduración, muy diferente de la lengua de uso
normal, destinada a su consumo inmediato. Un texto literario no puede estimarse
de forma autónoma, sino como consecuencia de otros muchos textos y antecedente
de otros (intertextualidad).Wolfang
Kayser, planea
cambiar el término de literatura por el de bellas letras diferenciándolas del
habla y de los textos no literarios, en el sentido de que los textos literario-poéticos
son un conjunto estructurado de frases portadores de un conjunto estructurado
de significados, donde los significados se refieren a realidades
independientes del que habla, creando así una objetividad y unidad propia.
Para Roland Barthes,
quien fue un filósofo, crítico, teórico literario y semiólogo estructuralista
francés: la literatura no es un corpus (conjunto cerrado de textos o de datos) de
obras, ni tampoco una categoría intelectual, sino una práctica de escribir
realidades. Cada saber tiene un lugar
indirecto que hace posible un diálogo con su tiempo. En la búsqueda de
nuevas formas de afrontar el referente literario, se plantearon nuevos
discursos de abordaje a través de estudios de varias disciplinas afines. Enrique Anderson Imbert fue un escritor, ensayista, crítico
literario y profesor universitario argentino, afirma que la literatura en América sólo la conforman
aquellos que hacen "uso expresivo de la lengua española en América".
Actividad
Investigar,
teorizar, conceptualizar y publicar en sus blogger sobre la política de la
literatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario