Autor Enoch Calderón Jara (*)
Una mañana
de invierno, un maestro trasladaba sapos en dos baldes transparentes. Un grupo
de discípulos fue a su encuentro con la finalidad de ayudarlos a llevar los
baldes a su maestro, pero para sorpresa de los niños, aquel maestro lo tenía
bien cerrado un balde y el otro abierto. Uno de los discípulos se adelantó y le
dijo:
—Maestro,
¿por qué eres injusto? Si siempre nos predicas de la libertad, la justicia, la
igualdad y un trato igualitario a todos los seres vivos que habitan en la
tierra.
Antes de
responderlo, el maestro le miró con una sonrisa amable al niño, luego le dijo:
—Hijo mío,
todo tiene una explicación razonable en este mundo, tus conclusiones son
válidos para el momento y el contexto. Con esta acción y la vivencia de estos
animalitos, yo les quiero enseñar a ustedes los estilos de vida, creencias, fe
y cosmovisión de dos sociedades distintas.
—Pero
maestro, lo que está haciendo es una injusticia, no lo puedes negar. Por esa
ranura pequeña, ingresa poco aire y en consecuencia los sapos no están
respirando bien, pueden morirse por falta de oxígeno. —Le dijo otro de sus
discípulas al maestro.
—La
explicación es sencilla, en ese balde que está bien tapado, están unos sapos
japoneses, acaso no se dan cuenta que sus narices y ojos son más medianos,
mientras en el otro, están unos sapos peruanos que se creen muy verdugos,
dueños y amos de su hábitat.
A esos
sapos japoneses no se los puede trasladar abierto el balde, resulta que el más
pequeño se carga a uno más grande y así sucesivamente se colocan el uno encima
del otro, hasta que el más grande puede alcanzar el borde y desde allí, a toda
prisa inicia a jalar a todos y en cuestión de segundos se escapan.
Mientras
en ese balde, donde están los sapos peruanos, si alguien quiere escalar o
salir, los demás lo jalan de sus patas, esa acción me gusta porque nadie va
lograr escaparse, todos allí se mantienen croando y jalándose.
Lo curioso
de todo, es que lo reverencian como si fuera su salvador, al que más croa, por
eso, hasta la comida que les doy, primero come el más bullero y grande, solo
migajas quedan para los demás.
Hijos
míos, he aquí la explicación: los sapos del balde cerrado, representan a la
sociedad japonesa, ya que estos ciudadanos se apoyan, sin condiciones, ni
envidia y, sobre todo, sin egoísmo, por eso, se les cataloga al Japón, un país
de individuos inteligentes, capaces de transformar en ciencia y tecnología todo
lo que ven en la tierra, con tal que esté al servicio de la humanidad y para el
desarrollo de su país.
Ellos se
respetan unos a otros y no viven quejándose de sus desgracias pasadas, más bien
esos obstáculos y falencias les sirve como asunto motivador. Recordarles que, a
Japón en la Segunda Guerra Mundial, un 6 y 9 de agosto del año 1945, Estados
Unidos hizo estallar la bomba atómica en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki,
matando en el acto a más de 246 000 personas, pero ni eso, han sido
impedimentos para que los japoneses se conviertan en un imperio industrial y
tecnológico. De sus cenizas a pocos meses iniciaron a renacer con un solo
pensamiento de imitar, igualar y superar en ciencia y tecnología, pero basados
en una educación de calidad y disciplina.
Mientras
los sapos del balde abierto, representan a los individuos del Perú, si en
ellos, alguien inicia a sobresalir y trabajar en bien y desarrollo de su país,
es criticado, humillado, robado y hasta en el peor de los casos, es asesinado.
En esta
sociedad no permiten que alguien triunfa y sea el mejor, todos quieren verse
iguales y muy pobres, allí sí se sienten cómodos, si uno es superior y mejor
que los otros, de inmediato aparece la envidia, encargado de lapidar a todo
emprendedor.
El sapo
más grande y el más bullero, representa a sus políticos mentirosos, religiosos
atemorizadores con sus sermones de un Dios castigador y a sus gobernantes
corruptos, que a diario se hacen más millonarios y gordos con el dinero de
todos. Pero lo fisgón de esta sociedad, es que la gente no lee, por eso, creen
en todo lo que ven, escuchan o les dicen sus políticos mendaces.
Aunque es
una pena compararlo con la vida de los peruanos, eso es el pan de cada día de
aquella casta.
—Entonces
maestro, en la sociedad peruana, el éxito de los inteligentes fecunda envidia
en los necios. Aquí es un pecado pretender hacer algo bueno, ser inteligente,
analítico y honrado. —Le completo la idea uno de los discípulos.
—Tú lo has
dicho y no es ajeno ver, el peruano tiene por costumbre de calificar al bueno
por malo, mientras al malo lo glorifican como si fuese un Dios, con tal que sea
corrupto, ladrón, coimero, lacra, chismoso y adulador de sus patrones.
Nadie
valora al que sabe o conoce, es por eso, que en esa sociedad se matan talentos
y ahuyentan cerebros, si los individuos nada tienen para ofrecer a los que se
creen amos y dueños de las empresas, organizaciones y entidades del estado, no
valen nada, por más que sean tan honrados, inteligentes y responsables. Aquí lo
que vale es el dinero, la falsa amistad, el alcohol, el sexo y sobre todo ser
franelero de gente idiota que llego al poder por un sistema corrupto.
Si estos individuos no cambian su filosofía de vida, no aman a sus semejantes, no dejan de ser adictos al dinero fácil, no valoran al que dice la verdad, no lo dan una oportunidad al que conoce y tiene deseos de cambiar a su sociedad, están condenados a vivir en la miseria y dominados por gente asnorante.
(*)
Docente de Comunicación e Investigación
IESPP
Huaraz - 2021
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